Obispos abogan por un plan de nación y la defensa de Loma Miranda
EN JESUCRISTO ESTA LA SALVACION Y TODAS LAS POSIBILIDADES.
Obispos abogan por un plan de nación y la defensa de Loma Miranda
Redacción
Obispos abogan por un plan de nación y la defensa de Loma Miranda
La
Conferencia del Episcopado Dominicano (CED), emitió este miércoles el
mensaje de los Obispos titulado “El Valor de la Vida Política”, en
ocasión del 170 aniversario de la Independencia Nacional, en el cual
plantean la necesidad de crear un plan de nación consensuado, la urgente
necesidad de aprobar la Ley de Partidos Políticos, así como luchar por
la protección de Loma Miranda.
"Ya en nuestra República tenemos buenos ejemplos de estas luchas que
son del pueblo. Tal es el caso de la conquista del 4% del PIB para la
educación, el rechazo a la instalación de una cementera que afectaba la
ecología en las inmediaciones del Parque Nacional de los Haitises, la
revisión del contrato con la Barrick Gold Pueblo Viejo, y la defensa de
Loma Miranda, la cual esperamos de las autoridades sea declarada por ley
parque Nacional. Todo esto es otra manera de participación e incidencia
política, desde la conciencia ciudadana y no necesariamente desde los
partidos políticos".
En el mensaje, los Obispos expresan además la necesidad de "combatir
cualquier acto de corrupción, de delincuencia y de inseguridad; cambiar
la cultura permisiva y del espectáculo, por una cultura de vida con
sentido ético, donde cada quien se responsabiliza de su vocación o
profesión, comenzando con los padres de familia, los maestros y
maestras, los funcionarios públicos que, basados en la fraternidad,
deben servir al bien común y manejar con ética y pulcritud los bienes
públicos en procura del desarrollo y la paz social".
A continuación el documento íntegro emitido por los obispos.
El valor de la vida política
Introducción
En este 170 aniversario de nuestra Independencia Nacional y teniendo
como marco de referencia el testimonio y los ideales del Ilustre
Patricio Juan Pablo Duarte, figura principal de la misma, y de quien
acabamos de celebrar el bicentenario de su nacimiento, queremos
reflexionar con nuestro pueblo, especialmente con todos los hombres y
mujeres de buena voluntad, sobre el tema del valor de la vida política,
de la que el mismo Duarte decía que después de la filosofía era la
ciencia más noble1, y haciendo nuestra sus señeras palabras tan actuales
en estos momentos, como si el tiempo se hubiera detenido, cuando al ver
la situación de su país, expresaba con entereza y firmeza: “nunca me
fue tan necesario, como hoy, el tener salud, corazón y juicio, hoy que
hombres sin juicio y sin corazón conspiran contra la salud de la
Patria”2.
Aprovechamos la oportunidad del momento, que no estamos muy
condicionados por la emoción y el apasionamiento que crea el activismo
político en tiempo electoral, para reflexionar sobre la importancia y la
esencia de la política, como ciencia fundamental para el desarrollo y
la construcción de la paz social. Hablar de la política es hablar del
ser humano y de la sociedad, que deben ser el centro de la misma.
Compartimos como válida la reflexión que nos hace el filósofo español
Fernando Savater cuando nos invita a mirar a nuestro alrededor y nos
hace la pregunta “¿qué ves? ¿el cielo donde brilla el sol o flotan las
nubes, árboles, montañas, ríos, fieras, el ancho mar…?”3, dependiendo
donde estamos, para luego decirnos que de todas las miradas hay una que
es muy cercana y familiar que es la persona humana4.
Previo a esa mirada a la que nos invita Savater, ya tenemos nuestra
identidad, porque al nacer lo primero que contemplamos es la sonrisa
materna, el rostro de satisfacción del padre y la imagen del rostro de
los demás y la riqueza de nuestro entorno, que es lo que implica entrar
en nuestro mundo y en nuestra sociedad. Todos nacemos en una sociedad y
en una cultura determinada. Esa sociedad es la que da forma a nuestra
mente, a nuestro lenguaje, costumbres, obligaciones y leyes que nos
rigen, lo que nos define como “animal social”, al decir de Aristóteles.
El ser humano además de ser social, es cívico y político, es decir,
es capaz de construir diversas formas de sociedades y de transformarlas a
la vez. Obedecemos las normas o leyes de nuestro grupo, pero también
nos rebelamos y las desobedecemos cuando se aplican con arbitrariedad,
por eso dirá el filósofo alemán Emmanuel Kant que somos “insocialmente
sociables”5, lo cual significa que nuestra forma de vivir en sociedad,
no es sólo obedecer y repetir, sino también rebelarnos e inventar.
Ese ser, centro de todo el mundo creado, es lo que llevó a los
griegos a sentir pasión por lo humano, por sus capacidades, sus
astucias, sus virtudes y su energía constructiva; con razón escribió
Sófocles en una de sus Tragedias “de todas las cosas dignas de
admiración que hay en el mundo, ninguna es tan admirable como el
hombre”6.
Partiendo de esta idea fue que los griegos inventaron la Polis, o
comunidad de ciudadanos, regida por la libertad de los hombres, dando
origen a la democracia, donde el principio supremo era la isonomía, es
decir, las mismas leyes que deben regir para todos: pobres o ricos,
hijos de padres humildes o de cuna, tontos o listos. Más tarde los
romanos nos aportaron el derecho, que ha sido la más importante
modificación de la comunidad humana, que son reglas de juego comunes,
precisas y públicamente divulgadas para regular con detalles los
intereses de los individuos, sus conflictos, y que son normativas para
el sano convivir.
¿Qué es la política?
A más de uno le puede parecer que hablar de política no debe ser un
tema para tratarse en y por la Iglesia, porque muchos malos políticos se
han encargado de despojar la política de su esencia, haciendo que se le
vea en muchos rincones del mundo como sinónimo de “mentira, engaño,
negocio, corrupción, inmoralidad, demagogia y suciedad; ya que muchos se
cubren con el manto de la política para sus intereses egoístas y
bastardos, apostasías y vilezas”, al decir de Emilia Pardo Bazán7.
Nosotros los dominicanos no somos una excepción, porque hemos padecido
tantos engaños y frustraciones que hasta hemos empezado a dudar de los
hombres y mujeres (reservas que todos deberíamos admirar) que aún ven la
política como un modo de servir a la patria y que entienden que ese
modo de los malos políticos, es la parte patológica o enfermiza de la
política que ha terminado en clientelismo, olvidando su esencia de ser,
ciencia del bien común.
La palabra política viene del griego polis que es igual a ciudad,
patria o estado, y significa “el arte de gobernar la ciudad”; por tanto
es la ciencia y el arte de buscar el bien común o bien de todos. La
política pertenece al ámbito de lo público, es decir, de lo que afecta a
todos, por eso debe ejercerse a la vista de todos y en beneficio de
todos.
El Concilio Vaticano II va justamente en la misma dirección al decir
“que la comunidad política nace para buscar el bien común, en el que
encuentra su justificación plena y sentido, y del que deriva su
legitimidad primigenia y propia”8. Recordemos que como decía Maritain:
“La persona es un todo, pero no es un todo cerrado, es un todo abierto,
no es un pequeño dios sin puertas ni ventanas como la mónada de
Leibnitz, o un ídolo que no ve, que no entiende, que no habla. Tiende,
por naturaleza, a la vida social y a la comunión»9. Es un “ser social” y
como tal, tiene que vivir la relación con los otros teniendo como parte
de su vocación el involucrarse en esa ciencia y ese arte que se llama
política. La dedicación a la misma debe ser reconocida como una de las
más altas posibilidades morales y profesionales del hombre y la mujer,
ya que “es una forma de dar culto al único Dios, desacralizando y a la
vez consagrando el mundo a él”10;
Para nosotros los cristianos, así como también para los hombres y
mujeres de buena voluntad, la política debe ser la forma de ejercer la
virtud de la caridad y participar en ella no es sólo un derecho, sino
también un deber. A este respeto el teólogo Dominique Marie Chenu afirma
que la caridad con el prójimo no es sólo con las personas individuales,
sino con las masas humanas, en especial con los más pobres11.
Fe y compromiso político
Siguiendo el pensamiento de Chenu sobre la caridad o amor al prójimo,
que es la cumbre y cima de la fe, hay que destacar que es ésta la que
fundamenta, motiva y da sentido al compromiso político. Pero es bueno
aclarar de inmediato, que ni la fe, ni la Biblia, nos dan fórmulas
concretas de política, sino que nos inspiran y nos urgen para el
compromiso y la acción en favor de la justicia, la paz, la convivencia y
el desarrollo de las personas y de los pueblos.
Aunque la Biblia no nos ofrece, ni tiene por qué ofrecernos, algún
modelo de organización para la sociedad, a este respeto siempre serán
válidas las palabras de la Conferencia de los Obispos de Francia, cuando
puntualizaba que en ella “aparecen una serie de exigencias éticas,
definidas de forma absolutamente clara; como son: el respeto a los
pobres, la defensa de los débiles, la protección de los extranjeros, la
desconfianza frente a la riqueza, la condena del dominio ejercido por el
dinero, la destrucción de los poderes totalitarios”12.
La fe es un compromiso, una respuesta que se expresa en la práctica
de la justicia, de la solidaridad, del anuncio de la buena nueva que
libera y de la denuncia de cualquier tipo de opresión. Un cristiano por
el hecho de serlo debe comprometerse con la justicia y el bienestar
social; pero sin olvidar que la fe trasciende la política. El Evangelio
ofrece al cristiano criterios de orientación e inspiración para trabajar
en la justicia social y la dignidad, a favor de las mayorías pobres y
necesitadas. Esa participación o militancia cristiana de los fieles
laicos en la vida política exige preparación, competencia, conocimiento
de la realidad social y una espiritualidad sólida para no buscar sus
propios intereses sino el bien de todos.
Cuando el Magisterio de la Iglesia se pronuncia sobre los principios
sociopolíticos, lo hace en función de lo que puede afectar la dignidad y
los derechos de la persona, el sentido de la existencia humana, y lo
hace desde los valores éticos. Es algo indiscutible que la Iglesia ha
llamado frecuentemente a los fieles al compromiso político como búsqueda
del bien común; ahí están por ejemplo las palabras de León XIII que
exhortaba a los fieles diciéndoles: “no querer tomar parte alguna en la
vida pública sería tan reprensible como no querer prestar ayuda al bien
común”13. Pero la exhortación más contundente y clara acerca del
compromiso político de los cristianos nos lo da el Concilio Vaticano II
cuando afirma: “quienes son o pueden llegar a ser capaces de ejercer ese
arte tan difícil y tan noble que es la política, prepárense para ella y
procuren ejercitarla con olvido del propio interés y de toda ganancia
venal. Luchen con integridad moral y con prudencia contra la injusticia y
la opresión, contra la intolerancia y el absolutismo de un solo hombre o
de un solo partido político; conságrense con sinceridad y rectitud, más
aún, con caridad y fortaleza política, al servicio de todos”14.
Ese texto del Concilio Vaticano II describe perfectamente los
criterios que un cristiano debe tener para incursionar en la vida
política: entender que se trata de una vocación o llamada; hay que
prepararse para ejercerla con dignidad y rectitud; debe irse con una
actitud de servicio y con la disponibilidad de luchar contra todo lo que
atenta a la dignidad de la persona humana.
Esa participación tiene que darse en distintos niveles: no todos
están llamados a esta noble tarea como vocación u oficio; es decir, a
dedicarse a tiempo completo a ese ministerio; los que están llamados
deben prepararse para ejercer cargos públicos; pero sí, es bueno
hacernos conscientes de que todos estamos llamados al sufragio libre
para elegir a hombres y mujeres serios y responsables que administren
con ética y pulcritud los bienes que pertenecen a todos. Y al mismo
tiempo, como ciudadanos, mantenernos vigilantes para que aquellos a
quienes les hemos delegado la autoridad política la ejerzan apegados a
las leyes y a los principios éticos15.
Está demás decir, que si bien todos hemos de participar en la vida
política, no todos estamos llamados a hacerlo desde la política
partidista. Los miembros jerárquicos de la Iglesia y los consagrados y
consagradas, por su misión evangelizadora y estar llamados a ser signo
de unidad entre los cristianos, habrán de abstenerse de la acción
partidaria, no así el resto de los fieles de la Iglesia.
Por otra parte, es bueno advertir y hacer conscientes a los
cristianos que entran a la vida política, que ésta tiene dos grandes
tentaciones:
El poder, que siendo un servicio, tiende a corromper. Si analizamos
nuestra vida democrática de los últimos 50 años, nos daremos cuenta que
la corrupción se ha hecho presente en casi todos los gobiernos que hemos
tenido.
Los políticos, en las distintas esferas políticas y sociales, están
siempre amenazados por lo que llamamos “la erótica del poder”; eso
quiere decir, que lo que es un medio para servir, se puede convertir en
un fin para provecho personal. Esa tentación ha sido una constante en
casi todos los gobiernos; ahí está el clientelismo político que ha
sustituido la verdadera esencia de lo que debe ser la política como
ciencia; ese espíritu mesiánico que le ha entrado a más de uno, que le
lleva a pensar que “no hay nadie más que pueda sustituirme”, de ahí el
fantasma de la reelección y el consabido derroche de los recursos del
Estado para tal fin. Es ese, un impulso cuasi instintivo de querer
perpetuarse en el poder a como dé lugar, sumándose a lo que decía Sancho
antes de empezar a gobernar la Ínsula Barataria: “es bueno mandar,
aunque sea a un hato de ganado”16.
Las tentaciones políticas llevan a desconocer la relación que debe
existir entre la ética y la política; y algunos lo justifican basándose
en el “realismo político” que sostiene que sería legítimo recurrir a
cualquier medio con tal de alcanzar los objetivos fijados; de ahí la
doble moral de muchos que están convencidos que hay una ética “especial”
para la política, distinta a la ética que debe regir a todos;
colocándose por encima del bien y del mal. Se sienten seguidores de
Maquiavelo, quien planteó con la mayor crudeza: “Por ello es necesario
que un Príncipe, que quiere mantenerse aprenda a poder no ser bueno”17.
Contra esta mentalidad decía magistralmente el Beato Juan Pablo II, en
el Jubileo con los Gobernantes: “no se puede justificar un pragmatismo
que, también respecto a los valores esenciales y básicos de la vida
social, reduzca la política a pura mediación de los intereses o, aún
peor, a una cuestión de demagogia o de cálculos electorales. Si el
derecho no puede y no debe cubrir todo el ámbito de la ley moral, se
debe también recordar que no puede ir "contra" la ley moral”18 .
Esa manera de concebir la política es muy grave y penosamente es el
principio que norma a muchos políticos, ya que según estos “el fin
justifica los medios”; de ahí que la Iglesia insista tanto a los
cristianos, que deben participar en la vida política, pero hacerlo con
conciencia de ir a servir y a buscar el bien común, respetando los
principios y los valores éticos, de ese modo puedan dar aportes
significativos y devolver el lado positivo a la misma política.
Se contribuye también a quitar esa impresión de que la política es
algo sucio y un oficio para los perversos, echar a un lado lo que dice
el filósofo Charles Péguy que “la única manera de conservar las manos
bien limpias es no tener manos”; a lo que responde muy bien el teólogo
Caffarena que “no tener manos es el modo de ser sucio, cómplice por
omisión de toda la suciedad de este mundo”19.
La política en la Doctrina Social de la Iglesia
La doctrina social de la Iglesia es parte integrante de la moral
social fundamental, de la antropología y de la concepción cristiana de
la vida y de la sociedad, que ayuda a crear la base del vivir social del
ser humano. Esto es así, porque el Magisterio en materia social
contiene “principios, criterios y orientaciones para la acción de los
cristianos en la tarea de transformar el mundo según el plan o proyecto
de Dios”20. La Doctrina Social de la Iglesia “mira al ser humano en su
situación histórico – social, cultural y estructural, dando prioridad a
las personas sobre las cosas, a la ética sobre la técnica, al espíritu
sobre la materia y al trabajo sobre el capital”21.
Cuando la Iglesia se pronuncia en asuntos sociales y políticos, lo
hace inspirada en el querer de Dios Padre y de Jesús el Señor de la
historia que reclama justicia y derecho para el prójimo.
Hay muchos textos en el Antiguo Testamento que expresan el querer de
Dios que es el amor a los necesitados. El texto por excelencia y
paradigmático es el capítulo 3 del Éxodo, donde Dios escoge a Moisés
como instrumento para liberar a su pueblo, con esas palabras tan claras y
precisas Moisés “he visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído
sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y he
bajado a librarlos…” (Ex 3,7-10). Aquí Dios se revela como el Dios
cercano al pobre, el Dios de la historia, el Dios liberador. El libro
del Deuteronomio nos hace ver que el amor a Dios pasa por el amor al
prójimo (Cfr. Deut 24,14-22). El profeta Amós denuncia el maltrato de
los pobres, quienes son víctimas de fuertes cargas impositivas (Cfr. Am
5,11); por eso arremete contra quienes les exprimen, les aumentan el
precio, les hacen trampa y los compran por dinero (Cfr. Am 8,4).
El profeta Isaías de modo semejante dice que la mayor perversión está
en el derecho, que en vez de sancionar las desigualdades económicas y
el robo, lo promueven, porque hacen leyes injustas, que sólo sirven para
expandir el poder y el capital de los poderosos (Cfr. Is 10,1-4).
Él lanza un gran anatema o amenaza contra quienes hacen eso al decir:
“Ay de los que decretan leyes injustas…” (Is 10,1) “de los que por
soborno absuelven al culpable y niegan justicia al inocente” (Is 5,23); y
acumulan casas y campos (Cfr. Is 5,8-10); los que banquetean
espléndidamente con el dinero del robo (Cfr. Is 5,11-13); los que roban a
los pobres (Cfr. Is 3,14).
Esa radiografía que hace el profeta Isaías de la realidad de su
tiempo, se puede aplicar exactamente a la situación que se ha venido
dando en nuestro país, donde la corrupción ha llegado a niveles nunca
vistos, donde el enriquecimiento con el erario nacional ha sido la
constante de muchos; con un sistema jurídico injusto, amañado y
controlado por el poder clientelar; donde la impunidad está ahí viva y
sin guardar ni siquiera la apariencia; donde la exhibición del botín
acumulado se muestra sin ningún rubor.
Jesús no se hace esperar y presenta un mensaje mucho más radical que
el de los profetas, centrando su enseñanza en el amor a Dios y al
prójimo. Comienza su ministerio apelando a Isaías 61,1ss, donde éste
daba las señales precisas de la llegada del Mesías (cfr. Lc 4,17-19), y
añade: “hoy se cumple esta profecía que ustedes acaban de escuchar” (Lc
4,21). Luego indica: “…los ciegos ven, los paralíticos caminan, los
leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la
Buena Noticia es anunciada a los pobres” (Lc 7,22).
Para que eso se realice Jesús llamó a personas humildes y sencillas,
como fueron los primeros cuatro discípulos; igualmente llamó a gente
marginada o excluida socialmente como el caso de Leví o Mateo (Mt
9,9-13; Mc 2,13-17; Lc 5,27-32); fue a comer a casa de Zaqueo (Cfr. Lc
19,1ss ); perdona a la adúltera (Cfr. Jn 8,1-11); promulgó como única
ley, la ley del amor, que incluye hasta a los enemigos (Cfr. Mt 5,43-45;
Lc 6,27). El Evangelio es muy concreto cuando dice: “el que tenga dos
túnicas que las reparta con el que no tiene, el que tenga para comer que
haga lo mismo” (Lc 3,11), y en la primera Carta de San Juan se nos
exhorta: “si alguno tiene bienes de la tierra y ve a su hermano padecer
necesidad y le cierra el corazón, en ese no puede permanecer el amor de
Dios” (1 Jn 3,17). Todo eso es expresión de que el Reino de Dios ha
llegado y tiene que hacerse visible en medio de nuestra sociedad, en
cuanto la edifiquemos sobre la justicia y la fraternidad en vista a
vivir en paz.
Jesús llamó y llama hoy a un compromiso de servicio y de solidaridad
con los más pobres y los excluidos de la sociedad, tal como él lo hizo,
que llamó a humildes, a los enfermos, a los sin títulos para elevarlos a
la categoría de hijos de Dios, cuyo valor no está en lo que posean, ni
en la escala social que ocupen, sino en su propia persona. De ahí que el
objetivo fundamental de Jesús es hacer de todos los pueblos y naciones
(hombres y mujeres, esclavos y libres, santos y pecadores) una comunidad
de hermanos.
Recordemos que la Doctrina Social de la Iglesia tiene su punto de
partida con la Encíclica Rerum Novarum de León XIII, donde se reflexiona
en tres elementos fundamentales: a) La situación calamitosa de la clase
obrera, b) El derecho de la propiedad privada y c) La función del
Estado. Esta es como una guía para el comportamiento y compromiso de los
cristianos en todas las cosas referentes a la cuestión social y
política.
El punto de partida en el aspecto doctrinal es valor de la dignidad
de la persona humana. El Magisterio de la Iglesia a la luz de la
Revelación nos dice que: “La razón más alta de la dignidad humana
consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo
nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y
simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que
lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad
cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su
Creador”22. De este valor surgen dos principios más que son
complementarios: el de la Solidaridad y el de la Subsidiaridad.
El principio de la solidaridad tiene el mismo propósito que la
política que es la búsqueda del bien común o bien de los demás; el bien
de todos y de cada uno en particular, porque todos somos responsables de
todos.
Es por este principio que la Iglesia se opone al individualismo ya
sea social o político, porque éste niega la esencia de lo que somos y de
lo que debemos ser: seres sociales por excelencia, llamados a
realizarnos y a ayudar a realizar a los demás de una manera digna. De
este principio se derivan dos principios más: el destino universal de
los bienes, que es “el primer principio de ordenamiento ético –
social”23, y la opción preferencial por los pobres24; de este modo la
Iglesia evidencia su preocupación privilegiando a los más pobres, por
ser los más vulnerables y los predilectos del Señor.
Con el principio de la Subsidiaridad se evoca la idea de suplencia,
de auxilio y de ayuda. Todo aquel que desea realizar obras buenas,
orientadas al bien común, hay que concederle libertad para que las
realice. Es uno de los principios más importantes de la Doctrina Social
de la Iglesia, hasta fue incorporado en el texto jurídico del Tratado de
Maastricht de la Unión Europea. Su aplicación se da en todos los
ámbitos de la organización social: el económico, el político, el
cultural, el educativo, en la acción social.
Esa es una de las razones por la que la Iglesia en la República
Dominicana tiene siete universidades católicas, cantidad de colegios,
politécnicos, escuelas técnicas y parroquiales; cientos de dispensarios
médicos, centros de promoción social, canales de televisión, emisoras de
radio, etc., para ayudar a suplir lo que le corresponde al Estado, en
beneficio de los más necesitados.
El Catecismo de la Iglesia Católica lo describe muy bien al decir
“Dios no ha querido retener para él solo el ejercicio de todos los
poderes. Entrega a cada criatura las funciones que es capaz de ejercer,
según las capacidades de su naturaleza. Este modo de gobierno debe ser
imitado en la vida social”25.
El valor de la vida política
La política es un valor porque es la ciencia y el arte del bien
común; es el arte de gobernar, de tomar decisiones que son obligatorias
para todos en la búsqueda de lo mejor. Esas decisiones tienen que ver
con bienes materiales y espirituales, con los servicios y los valores de
la libertad, la justicia, la vida, la dignidad y los derechos
fundamentales de la persona humana.
La política como ciencia y arte es una realidad muy compleja y
delicada, porque se relaciona con la sociedad y con el poder; y además,
con las decisiones obligatorias, la legitimidad, la autoridad, los
actores individuales, los partidos políticos, los empresarios, los
sindicatos, los líderes de opinión, los profesionales, la sociedad
civil, y por supuesto, los procesos y estructuras de poder.
Recordemos que los líderes y los grupos políticos suelen moverse y
actuar guiados por ideas, opiniones, valores, intereses individuales y
grupales, y actitudes o ideologías; que a la vez son las que definen el
tipo de sociedad que buscamos y queremos construir. Estos pueden ser
criterios que pueden ayudar al ciudadano a identificar a los partidos y a
los líderes, para saber así los valores que encarnan para beneficio de
la sociedad.
El político que ejerce esa vocación o ciencia del bien común que se
llama la política, necesita dotes, disposiciones y preparación; ya que
ésta se coloca en la confluencia de las distintas ciencias humanas,
tales como la historia, la economía, la sociología y la psicología; pero
necesita también la referencia moral, porque está relacionada con el
quehacer del ser humano, al que tiene que procurar su bienestar y
facilitarle la convivencia y la paz dentro de la sociedad.
El político con valores éticos y que de verdad quiere servir tiene
que tener disponibilidad para escuchar a su pueblo, para comprender bien
sus anhelos y así poderlo servir mejor. Es un hombre de una actitud
abierta pero firme, para cumplir las leyes que benefician a la mayoría y
tener firmeza contra todo tipo de corrupción y engaño.
No debe tener apego al poder, para no convertirlo en idolatría en la
que prevalezca la vanidad; al contrario debe ser una persona
transparente y coherente que lo que exija sea capaz de vivirlo primero,
porque por ejemplo no se puede pedir austeridad a un pueblo, mientras él
o sus funcionarios dilapiden los dineros del Estado.
Es la persona que sabe muy bien que el poder no es un fin en sí
mismo, como piensan algunos, sino un medio para buscar el bien de la
mayoría. Con razón decía el Beato Juan XXIII que “Una sociedad bien
ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima
autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida
suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho común del país”26, y
continua afirmando: “La autoridad, sin embargo, no puede considerarse
exenta de sometimiento a otra superior. Más aún, la autoridad consiste
en la facultad de mandar según la recta razón. Por ello, se sigue
evidentemente que su fuerza obligatoria procede del orden moral, que
tiene a Dios como primer principio y último fin”27.
El centro de la política y su fundamento ético es el ser humano: su
bien temporal y espiritual, su bienestar material, su desarrollo
cultural, personal y comunitario, porque “el principio, el sujeto y el
fin de todas las instituciones sociales y políticas es y debe ser la
persona humana”28; de ahí que sea tan enfático el Concilio Vaticano II
al señalar que “el cristiano tiene el deber de participar en la
construcción de la sociedad temporal y si falta a estas obligaciones
falta a sus deberes con el prójimo”29.
El Beato Papa Juan XXIII, en la misma Encíclica Pacem in Terris, nos
dice que hay cuatro pilares para la vida democrática, que están basados
en el consenso y sobre los valores fundamentales y el pluralismo, hacia
la consecución del bien común, en vista al desarrollo de la sociedad que
son: la verdad, la justicia, el amor y la libertad. Por eso la Iglesia
hace un llamado ferviente a los fieles cristianos y a todos los hombres y
mujeres de buena voluntad, a insertarse y tomar parte activa en la vida
política, para que ésta no pierda su razón de ser, que es el servicio
para el desarrollo y el progreso de la Nación.
A este propósito el Beato Juan Pablo II, en la Homilía del Jubileo
con los políticos, preguntándose cómo los políticos podrían dar
cumplimiento al mandamiento del amor al prójimo, decía: “La respuesta es
clara: viviendo el compromiso político como un servicio. ¡Perspectiva
tan obvia como exigente! Esa no puede, en efecto, reducirse a una
reafirmación genérica de principios o a la declaración de buenas
intenciones. El servicio político pasa a través de un diligente y
cotidiano compromiso, que exige una gran competencia en el desarrollo
del propio deber y una moralidad a toda prueba en la gestión
desinteresada y transparente del poder. Por otra parte, la coherencia
personal del político ha de expresarse también en una correcta
concepción de la vida social y política a la que él está llamado a
servir”30.
En esa exhortación está sintetizado lo que debe ser un político con
principios y con valores y por supuesto con vocación a ese ministerio.
Debe ser una persona íntegra y formada especialmente en los valores
humanos, para poder resistir las tentaciones del poder y evitar el
pecado de la soberbia, que es pensar en sí, en la propia carrera o en su
propio interés.
Vivencia y testimonio de algunos políticos
La Iglesia, al reconocer la importancia de la vida política, en su
santoral nos presenta más de 33 reyes y gobernantes (hombres y mujeres)
que desde su función pública han alcanzado el honor de los altares y que
son ejemplo por la pulcritud de su vida, por su honradez y por haber
ejercido la autoridad como un servicio al bien común teniendo en cuenta,
especialmente, a los más pobres. Entre estos políticos insignes, por
citar a algunos, hacemos mención de Santa Pulquería, de Turquía, San
Segismundo, de Suiza, Santa Margarita, de Escocia, San Alfredo el
Grande, de Inglaterra, San Henríquez II, de Alemania, Santa Olga, de
Ucrania, de Rusia, Santa Adelaida, de Italia, San Wenceslao, de la
República Checa, San Olaf II, de Noruega, San Canuto IV, de Dinamarca,
San Erico IX, de Suecia, San Fernando III de Castilla, Santa Isabel, de
Hungría, San Luis IX, de Francia, Santa Kinga, de Polonia, y Santa
Isabel, de Portugal.
Particular mención hacemos de Santo mártir Tomás Moro, patrón que
sirve de inspiración y de paradigma a los políticos; se trata de un caso
preclaro de lo que debe ser una vocación política al servicio del
pueblo. Su testimonio siempre será actual como llamada a servir a los
pobres y a los intereses del pueblo. Participó activamente en la
política, guiado por el principio de equidad. De ahí que ni las
riquezas, ni los honores hicieron mella en él, porque no se dejó seducir
por eso, ya que nunca aceptó ir contra su conciencia, prefiriendo
llegar hasta el sacrificio supremo del martirio con tal de ser fiel a
sus principios y valores. Es inspirado en este santo que el político
venezolano Arístides Calvani decía “hay tres cosas que mueven a la
humanidad y tienen que movernos a nosotros: la fe en los hombres y las
mujeres, la esperanza en un mundo mejor y la solidaridad humana”31.
Es bueno destacar también que hay a lo largo y ancho del planeta una
gran cantera de hombres y mujeres que desde la vocación política han
sabido como Tomás Moro, dar lo mejor de sí a la causa de la justicia y
el desarrollo de su pueblo.
Hoy como nunca necesitamos políticos de vocación al estilo de estos
casos referenciales que hemos mencionado, que devuelvan la esencia a la
política como ciencia del bien común; que piensen más en el bienestar de
la Nación y no tanto en el poder o en los bienes que éste puede dar.
Que dejen de lado el neoliberalismo con su economía de mercado que sólo
ha servido para excluir a grandes mayorías; que tengan el coraje de
decirle a la gente que a un pueblo sólo lo salva el mismo pueblo, con el
orden, la disciplina y el trabajo. Que ayuden a superar esa mentalidad
hedonista, consumista e individualista; o bien, lo que llamó el Papa
Benedicto XVI “la dictadura del relativismo”32; que deja fuera cualquier
referencia ética, porque la única preocupación es el deseo del goce
inmediato, el deseo de marca, de dominio y de poder; dando razón a
Mahatma Gandhi33 cuando decía que el hombre moderno es presa de los
siete pecados sociales: la política sin principios, negocios sin moral,
bienestar o riqueza sin trabajo, educación sin carácter, ciencia sin
humanidad, goce sin responsabilidad y religión sin sacrificio.
Orientaciones Prácticas
Es frente a esa situación que debemos detenernos a reflexionar y de
inmediato ponernos en acción, muy especialmente sobre los desafíos que
hoy tenemos que enfrentar y que tan hermosamente se describe en la V
Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en Aparecida
(Brasil), donde se destaca “el cambio de época”, cuyo primer impacto es
en el ámbito cultural, como es el caso de la movilidad humana y la
migración que ponen en peligro muchos valores y la identidad nacional;
ese impacto cultural se hace sentir más fuertemente en la estructura
familiar, donde las tradiciones y los valores fundamentales de la misma
han venido invirtiéndose y en cierto modo sustituyéndose por
antivalores. Estamos de acuerdo que es en la familia donde se aprenden
valores tales como: el amor, el respeto, el trabajo, la convivencia, la
responsabilidad y la honradez. Y, uno se pregunta ¿dónde está el respeto
a la persona, dónde fue a parar la honradez, el amor al trabajo y la
responsabilidad?
Es verdad que se están haciendo esfuerzo en renglones tan sensibles
como es el caso de la educación, motor del desarrollo de una nación. Es
de alabar el proyecto “Quisqueya aprende contigo”, para enmendar ese
pecado social o estructural que se había cometido con casi un millón de
dominicanos; el gasto público se le va poniendo un poquito de cuidado y
al flagelo de la corrupción se le mantiene cierta vigilancia.
Hace falta un proyecto de nación consensuado por todos los partidos
políticos y las fuerzas vivas de la Nación, donde se prioricen aquellos
elementos que contribuyan mejor al progreso y a la paz social. Para esto
ha de ser tomado en cuenta el diálogo nacional ya iniciado. Es urgente
la aprobación de la Ley de partidos políticos que deje de lado el
aspecto clientelar y tenga como orientación fundamental del bien común;
debe priorizarse la educación cívica y política en las escuelas y en la
población; que se independicen y se separen de verdad los poderes del
Estado. Si esto se hace así, el pueblo que es muy sabio y sabe muy bien
que el país es de todos y todos tenemos que ayudar a construirlo,
entonces se pondrá de pie y de ese modo se hará el país y la sociedad
que todos queremos y deseamos.
Para esa toma de conciencia sería bueno que observemos los siguientes elementos:
Cumplir y acatar la Constitución; respetar los convenios
internacionales, que no contravengan nuestra Constitución y las leyes
que nos rigen; cumplir y hacer cumplir las leyes y las decisiones
legítimas de las autoridades competentes; y, respetar los derechos de
los demás, tanto en la familia, el trabajo y en la convivencia social.
Defender la integridad territorial del país. Eso conlleva tener
sentido patriótico, defender y cuidar la nación, sin que en ningún caso
se violen o vulneren los derechos de ningún ciudadano; interesarse por
estudiar nuestra historia y geografía; valorar a los próceres, respetar
los símbolos patrios: la Bandera, el Himno Nacional y a los Padres de la
Patria; pero sobretodo siendo ciudadanos ejemplares, honrados y
respetables.
Promover el bien común y el interés general por encima del interés
particular (individualismo); de ahí la necesidad de que cada uno haga un
esfuerzo por vivir y colaborar con el orden, el trabajo y el ahorro;
que los jóvenes inviertan tiempo en su formación y los padres no
escatimen esfuerzo por dotar a sus hijos de la mejor herencia que es su
capacitación moral y profesional.
Combatir cualquier acto de corrupción, de delincuencia y de
inseguridad; cambiar la cultura permisiva y del espectáculo, por una
cultura de vida con sentido ético, donde cada quien se responsabiliza de
su vocación o profesión, comenzando con los padres de familia, los
maestros y maestras, los funcionarios públicos que, basados en la
fraternidad, deben servir al bien común y manejar con ética y pulcritud
los bienes públicos en procura del desarrollo y la paz social.
Fortalecer la formación de carrera política en todas las
universidades del País y que los Partidos Políticos que integran nuestro
sistema democrático se esfuercen en crear escuelas de capacitación
política para sus miembros.
Conclusión
Exhortamos a los fieles laicos y a los hombres y mujeres de buena
voluntad a formarse y a participar activamente en la vida política, en
la vida cívica y comunitaria, de manera honesta y transparente. Hacerse
presente en toda la dinámica social hasta que a cada ciudadano se le
dote de educación, salud, energía eléctrica, agua potable, vía de
comunicación, vivienda digna, fuente de trabajo y seguridad ciudadana.
Si miramos así la política, entonces, ésta se convierte en algo
fascinante y que vale la pena cultivar; y es necesario hacerlo así, ya
que de lo contrario, nuestros retrocesos nos harán convertirnos de nuevo
en hombres y mujeres de la caverna.
Hay que tomar conciencia por tanto, que los seres humanos somos
impredecibles, capaces de actuar como ángeles y como bestias; y no
importa que ese accionar se haga en nombre de Dios, de la razón, de la
naturaleza humana, del orden, de la libertad y del progreso; todos
llevamos dentro “la marca del pecado”, al decir de San Pablo, por lo
cual conscientes e inconscientes, tenemos esa inclinación hacia la
dominación, la voluntad de poder, el afán por la fama, el prestigio y el
poseer; y estas actitudes muchas veces mantenemos como norma básica de
vivir.
Muy importante es la participación o el apoyo de todos los ciudadanos
en los movimientos de reivindicaciones sociales, creando corrientes de
solidaridad, para exigir a los administradores del Estado, un manejo
pulcro en las negociaciones de los bienes del pueblo y en beneficio de
la Nación. Vale decir lo mismo frente a aquellas demandas de los bienes y
servicios que se deben ofrecer a la población, especialmente las que
van en beneficio de los más vulnerables. Ya en nuestra República tenemos
buenos ejemplos de estas luchas que son del pueblo. Tal es el caso de
la conquista del 4% del PIB para la educación, el rechazo a la
instalación de una cementera que afectaba la ecología en las
inmediaciones del Parque Nacional de los Haitises, la revisión del
contrato con la Barrick Gold Pueblo Viejo, y la defensa de Loma Miranda,
la cual esperamos de las autoridades sea declarada por ley parque
Nacional. Todo esto es otra manera de participación e incidencia
política, desde la conciencia ciudadana y no necesariamente desde los
partidos políticos.
Que la Virgen de la Altagracia nos proteja para que, guiados por los
ideales de nuestros Padres de la Patria e iluminados por el Espíritu del
Resucitado, tomemos en serio nuestra vocación política, luchemos por el
bien común y construyamos entre todos una República Dominicana más
humana y solidaria.
Santo Domingo, 27 de febrero del 2014, año 170 de la Independencia de la República Dominicana.
Les bendicen.
† Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez,
Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo, Primado de América, y
Presidente de la Conferencia del Episcopado Dominicano
† Ramón Benito De La Rosa y Carpio,
Arzobispo Metropolitano de Santiago de los Caballeros
† José Dolores Grullón Estrella,
Obispo de San Juan de la Maguana
† Antonio Camilo González,
Obispo de La Vega
† Gregorio Nicanor Peña Rodríguez,
Obispo de la Altagracia, Higüey
Vicepresidente de la Conferencia del Episcopado Dominicano
† Francisco Ozoria Acosta,
Obispo de San Pedro de Macorís
† Freddy Antonio de Jesús Bretón Martínez,
Obispo de Baní
† Rafael Leonidas Felipe Núñez,
Obispo de Barahona
† Diómedes Espinal De León,
Obispo de Mao-Montecristi
† Julio César Corniel Amaro,
Obispo de Puerto Plata
† Fausto Ramón Mejía Vallejo,
Obispo de San Francisco de Macorís
† Amancio Escapa Aparicio, O.C.D.,
Obispo Auxiliar de Santo Domingo
† Valentín Reynoso Hidalgo, M.S.C.,
Obispo Auxiliar de Santiago de los Caballeros
† Víctor Emilio Masalles Pere,
Obispo Auxiliar de Santo Domingo
† Juan Antonio Flores Santana,
Arzobispo Emérito de Santiago de los Caballeros
† Fabio Mamerto Rivas Santos, S.D.B.,
Obispo Emérito de Barahona
† Jesús María De Jesús Moya,
Obispo Emérito de San Francisco de Macorís
† Pablo Cedano Cedano,
Obispo Auxiliar Emérito de Santo Domingo
1 Cfr. José María Serra, Apunte para la Historia de los Trinitarios, Santo Domingo 1887.
2 Juan Pablo Duarte, en: Ideario, Vetilio Alfau Durán, 5ta. Ed., Santo Domingo 1994, p. 3-4.
3 Fernando Savater, Política para Amador, Barcelona 1993, p. 9.
4 Cfr. Íbidem.
5 Citado por Savater, ob. cit. p. 14.
6 Sócrates. Tragedias, Arconte y Tiresias, citado en Fernando Savater, Política para Amador, Barcelona 1993, p. 26.
7 Cfr. Emilia Pardo Bazán, Los pazos de Ulloa, Madrid 1973, p. 253.
8 Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, n. 74.
9 Jacque Maritain, Les Droits de l’homme, cit. p. 11, O.C., VII, p.
622, citado en: www.maritainargentina.org. ar /Robertto%20Papini_.htm
10 III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (27 enero 1979), Documento de Puebla, n. 521.
11 Cfr. Dominique Marie Chenu, Los cristianos y la acción temporal, Barcelona 1968, p. 125-153.
12 Conferencia Episcopal Francesa, “Para una práctica cristiana de la
política”, Iglesia Viva 43 (1973), 64, citado por Luis
González-Carvajal, Entre la utopía y la realidad. Curso de Moral Social,
Santander 1998, p. 219-220.
13 León XIII, Carta Encíclica Inmortale Dei, n. 22.
14Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, n. 75.
15 Cfr. Conferencia del Episcopado Dominicano, Mensaje Cincuenta Años
de Elecciones Democráticas y otras Cuestiones, 27 de febrero 2012, n.
23.
16 Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha (II), Argentina 2005, p.360.
17 Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, España 2000, p. 75.
18 Juan Pablo II, Homilía en el Jubileo con los Gobernantes (5 noviembre 2000), n. 4.
19 José Gómez Caffarena, La entraña humanista del cristianismo, Bilbao 1984, p. 247-248.
20 IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (10 noviembre 1992), Documento de Santo Domingo, n. 158.
21 Juan Pablo II, Carta Encíclica Laborem Exercens, n. 12; Carta Encíclica Redemptoris Hominis, n. 6.
22 Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, n. 19.
23 Juan Pablo II, Carta Encíclica Laborem Exercens, n. 19.
24 Cfr. III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (27 enero 1979), Documento de Puebla, n. 1141-1152.
25 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1884.
26 Juan XXIII, Carta Encíclica Pacem in Terris, n. 46.
27 Íbidem, n. 47.
28 Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, n. 25-26.
29 Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, n. 43.
30 Juan Pablo II, Homilía en el Jubileo con los Gobernantes (5 noviembre 2000), n. 4.
31 Arístides Calvani, El socialismo cristiano católico, en: http://es.wikipedia.org/wiki/Socialismo_cristiano.
32 Benedicto XVI, Alocución en Roma (el 4 de Junio del 2005).
33 Mahatma Gandhi, 7 Pecados Sociales de Gandhi, en: http://www.ecured.cu/index.php/Pecados_sociales.
Comentarios